Injusticias

CUANDO se trata de economía, la justicia es algo secundario. Ya hemos visto en Chipre que pueden crearse impuestos retroactivos y que los depósitos bancarios son confiscables. También hemos visto, en gran parte del mundo, que cuando los grandes bancos tienen problemas la factura le llega al contribuyente. Lo cual es seriamente injusto. Se nos dice, sin embargo, que cualquier otra opción sería aún más cara para el ciudadano. Es posible.

Japón, cuya economía sigue siendo la segunda del mundo, va a aplicar una medida sustancialmente injusta. Tras muchos años sin crecer, ha decidido fabricar inflación. La inflación, es decir, el aumento de los precios de bienes y servicios (o de la cesta de la compra, por simplificar), castiga a los pequeños ahorradores porque su dinero pierde poder adquisitivo; los ricos disponen de medios para poner la pasta a salvo. Y daña sobre todo a las rentas más bajas, las que carecen de margen para encajar el alza de precios. Para un pensionista, la inflación es como un impuesto.

Pese a ello, el Gobierno y el banco central de Tokio van a intentarlo. Imprimirán montañas de dinero e intentarán generar inflación de forma más o menos controlada, hasta llegar a un 6%, para impulsar el crecimiento. ¿Están locos? No. Ya han probado todos los demás remedios y no han funcionado. Los tipos de interés llevan años prácticamente pegados al cero sin que eso genere estímulos, de la misma forma que los bajos tipos de interés europeos resultan ineficaces. Lo que hacen ahora los japoneses es apostar por las ventajas de la inflación, que existen y no son desdeñables.

Como recordaba anteayer John Müller en este periódico, la inflación y la guerra son las soluciones clásicas para las crisis de endeudamiento (la deuda pública japonesa ronda el 100% del PIB, bastante por encima de la española), y puestos a elegir entre una y otra, mejor la inflación. Que, además, es el único antídoto conocido contra el principal mal japonés, la deflación, el descenso sostenido de los precios o, como decía el ahora tan denostado John Maynard Keynes, «lo peor».

Habrá que ver cómo funciona el experimento. Resulta curioso que hasta los japoneses parezcan aventureros revolucionarios en comparación con la Unión Europea, cuya ortodoxia monetaria y fiscal es dictada por Alemania. No por el sentido común, como sostienen algunos, sino por Alemania. Cuando una familia se queda sin ingresos y sin ahorros, no resuelve gran cosa que recorte gastos: lo que esa familia necesita con urgencia es empleo, no un plan de austeridad. Eso está ocurriendo en España.

El sentido común dice que lo primero es crecer. Y la inflación puede ayudar. Pero habrá que mirarlo desde lejos, en Japón. Una injusticia más.